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El día que nació el "Ganar a lo Peñarol"

El gran triunfo de Santiago en 1966: 4-2 a River, luego de estar en desventaja 2-0, para conquistar otra Libertadores

Quienes lo vivieron en Santiago de Chile o lo siguieron por radio en todo el Uruguay no lo olvidan. Y las generaciones más jóvenes lo conocen por el relato emocionado de sus mayores. Así pasen los años, lleguen más finales de la Copa Libertadores o se sumen remontadas de equipos que de estar perdiendo pasan a ganar, ningún acontecimiento desplazará a aquel Peñarol 4-River 2 el 20 de mayo de 1966. Ese partido le dio al Manya su tercera conquista de América y se convirtió en la remontada por excelencia del fútbol mundial. 

Un resultado además que marcó a los protagonistas como pocas veces se vio, vencedores o perdedores. Así nació la expresión "Ganar a lo Peñarol", un estilo que gestó el paladar del hincha en su reclamo permanente de épica: el Manya nunca se da por perdido, siempre alienta la esperanza con temple y corazón. Y para River fue el origen de un estigma que lo persiguió durante años. Los futbolistas de Peñarol jugaron los minutos finales de aquella final con lágrimas en los ojos, porque sabían que estaban escribiendo la gran historia. 

La finalísima de América 1966 paralizó al Río de la Plata por la magnitud de los adversarios. Se jugó un viernes, a partir de las cinco menos cuarto de la tarde. Era todavía horario de oficina, pero nadie trabajaba, con los oídos pegados a las radios. Había una interpelación en el Senado; como ni los legisladores le prestaban atención se decidió pasar a cuarto intermedio y llegaron a  tiempo para escuchar el alargue. En Santiago, el propio presidente de Chile Eduardo Frei estaba en el estadio Nacional, acompañado por el canciller uruguayo, Luis Vidal Zaglio, un carbonero fanático.  Y en las tribunas, unos cien privilegiados hinchas aurinegros, en tiempos en que no era fácil viajar por el fútbol. 

En Montevideo, el sábado 14 de mayo, había ganado el Decano del fútbol uruguayo por un claro 2-0, aunque los goles de Julio César Abbadie y Juan Joya llegaron sobre el final. En Núñez, el miércoles 18, se impuso River 3-2 al cabo de un encuentro cambiante, pero el plantel aurinegro quedó con la sangre en el ojo debido a las agresiones sufridas antes del partido. El ómnibus que debía trasladar al plantel al estadio Monumental nunca apareció; hubo que viajar en varios taxis y coches particulares para luego pasar entre cientos de hinchas de River enfervorizados y belicosos. Se encontraron además con tribunas prefabricadas hasta el borde de la cancha, "custodiadas" por policías que abrazaban a los hombres de River cuando su equipo hizo sus goles y daban bastonazos a los futbolistas aurinegros cuando protestaban. A la vuelta, la barra brava riverplatense los esperó en la puerta del hotel y se produjeron nuevos incidentes.

Fue necesario ir a Chile para un  desempate para el que muchos dieron favorito a River porque tenía un equipo más joven, cuando había apenas 48 horas para recuperar fuerzas. De hecho, River propuso jugar el viernes 20 para aprovechar esa supuesta ventaja física; los dirigentes encabezados por Gastón Guelfi aceptaron a pedido de los jugadores, que estaban enojados con lo vivido en Buenos Aires y querían definir todo cuanto antes.

UN PARTIDO INCREÍBLE

Por Peñarol salieron a jugar Ladislao Mazurkiewicz; Juan Vicente Lezcano; Pablo Forlán, Nelson Díaz, Omar Caetano; Julio César Cortés, Néstor Goncálvez, Pedro Virgilio Rocha; Julio César Abbadie, Alberto Spencer y Juan Joya. El técnico era Roque Gastón Máspoli. Por River: Amadeo Carrizo; Roberto Matosas, Abel Vieitez, Alberto Sainz, Juan Carlos Sarnari, Eduardo Grispo; Luis Cubilla, Jorge Solari, Daniel Onega, Ermindo Onega y Oscar Más, bajo la dirección de Renato Cesarini. El árbitro fue el chileno Claudio Vicuña.

A partir del pitazo inicial de Vicuña, la historia y la leyenda se mezclan. Está claro que River dominó el primer tiempo. Y en el cuarto de hora final de ese período encontró sus goles, a través de Daniel Onega y Jorge Solari. El 2-0 causó cierto desconcierto en las filas del campeón uruguayo, pero poco después se pudo haber descontado. Rocha atacó por la derecha, le pasó la pelota a Joya y este por alto a Spencer; el ecuatoriano intentó una media chilena y su remate dio en el travesaño. Además, Alberto ya ganaba dos de cada tres cabezazos. Por allí había una puerta entreabierta a la esperanza.

Antes del final del primer tiempo, como lo establecía el reglamento, se produjeron los cambios. Tabaré González ingresó por Díaz y en River, Sainz, que había pedido salir por una lesión, dejó su lugar a Lallana.

El segundo tiempo comenzó tal cual había terminado el primero, con River controlando la pelota y el partido. Pero en el minuto 15 se produjo una incidencia que en su momento todos consideraron clave. Spencer cabeceó sin mucha fuerza un centro de Cortés y Amadeo Carrizo paró la pelota con el pecho, para atraparla después. Su acción fue vista como una provocación, y no solo por los futbolistas de Peñarol.  El público chileno, hasta ese momento neutral, reprobó esa compadrada. El video completo del partido está disponible en YouTube y se puede escuchar la silbatina del estadio Nacional ante cada intervención posterior del arquero argentino.

Entonces Peñarol redobló sus esfuerzos y la cancha santiaguina pareció inclinarse hacia el arco de Carrizo, el del tablero del estadio, que en el Centenario sería el de la Amsterdam. El mismo arco donde 16 años más tarde Fernando Morena convertiría el gol de la cuarta Copa ante Cobreloa en el minuto 90 y donde 21 años más tarde Diego Aguirre el de la quinta Copa en el minuto 120 contra América de Cali.

A los 23 minutos llegó el descuento. Hubo mano de Daniel Onega cerca de su área. Goncálvez ejecutó rápido el tiro libre con una jugada que hacía tiempo había preparado: un tiro de emboquillada a la última zona rival, buscando el pique de Spencer. El ecuatoriano apareció como un fantasma y le dio de media vuelta, de zurda. Carrizo solo vio la pelota cuando estaba en la red.

Cinco minutos más tarde llegó el empate. Peñarol llegó en base a pases cortos, pero la pelota rebotó a la altura de la medialuna. Abbadie entraba por el medio y le pegó de primera. Hubo un roce en la espalda de Matosas, la pelota se elevó y cayó de golpe, engañando a Carrizo. Todo Peñarol lo celebró con euforia. Y también el público chileno, a esa altura apoyando decididamente a Peñarol.

Los 15 minutos que faltaban para llegar a los 90 fueron dramáticos, pues los dos equipos se la jugaron por el triunfo. Y se llegó al final del tiempo reglamentario con empate, ya bajo iluminación artificial.

MEDIA HORA MEMORABLE

Luego de una breve pausa comenzó el alargue. Si tras esos 30 minutos adicionales se mantenía el empate, Peñarol era el campeón porque tenía un gol más que River en los encuentros de ida y vuelta. Pero tras asegurarse que River ya no llevaría peligro, los aurinegros fueron por el triunfo. Y sobre el final del primer chico, llegó el 3-2 para el campeón uruguayo. Sacaron rápido un tiro libre en la mitad de la cancha cediendo a Forlán. Pablo corrió unos pasos y lanzó el centro. La pelota parecía caer entre varios defensas del equipo argentino hasta que surgió Spencer, saltando medio metro más que sus rivales, y metió un cabezazo tremendo, inatajable.

Ya en el último chico, iban tres minutos cuando el Carbonero fue avanzando en base a toques cortos entre Spencer, Joya, Goncálvez y Cortés, como durmiendo la jugada. De pronto Cortés mandó el pase al área, hacia donde picaba Rocha sin marcas. Pedro cabeceó ante la salida de Carrizo. La pelota parecía irse afuera, pero en el camino dobló y se metió. Había sido un cabezazo con efecto... Para siempre quedó la expresión de Carlos Solé tras su relato del gol: “Vayan preparándose los peñarolenses y los aficionados uruguayos en Montevideo. Está este campeonato ganado y ganado —si ustedes me permiten la expresión, que no es académica, pero para serles más gráfico—, ganado a lo macho”.

En los minutos que faltaban pudo venir el quinto. En una oportunidad, Spencer picaba con peligro y Carrizo lo bajó fuera del área. River ya estaba desarmado. El último pitazo de Vicuña mezcló risas con lágrimas: Peñarol era campeón de América con su mayor proeza.

Ya las calles de Montevideo y cada pueblo del país estaban repletas en el festejo. Se lo consideró la más grande manifestación deportiva desde la celebración de Maracaná 1950. Hasta banderas de Nacional se vieron: todo el fútbol estaba unido detrás de la hazaña aurinegra. La gente se bajaba del transporte colectivo, olvidaba su destino y se ponía a cantar en la calle.

La delegación regresó a Montevideo la tarde del sábado 21. Un ómnibus esperaba a los jugadores en la pista del Aeropuerto de Carrasco. El vehículo partió rumbo a la rambla y así recorrió la capital, ante cientos de miles de personas que lo saludaban eufóricos. 

El domingo 22 se realizó un homenaje inédito y nunca repetido en el Estadio Centenario, donde el preseleccionado uruguayo, que se preparaba para el Mundial de Londres, jugaba un amistoso ante el West Bromwich de Inglaterra. Previo al encuentro, en la mitad de la cancha, los jugadores de Peñarol recibieron la felicitación de tres representantes de cada equipo de primera división, incluyendo por supuesto a Nacional, vestidos con su uniforme deportivo y portando su bandera. Mientras tanto, la bandera amarilla y negra fue izada en la Torre de los Homenajes, mientras por los parlantes del estadio se irradiaba el “Y dale, dale, los peñaroles”, un himno de aquellos años.

CAMPEONES DEL MUNDO

De aquella campaña también debe recordarse a futbolistas que no estuvieron en la final de Santiago, pero que fueron figuras importantes, como Luis Varela en la zaga y Héctor "Lito" Silva en el ataque. Enrique Alfano, un jugador de jerarquía con poco espacio entre tantos monstruos, tuvo su oportunidad y marcó dos goles ante Emelec. Ernesto Ledesma, ya veterano, estuvo en algunos encuentros en la primera fase. Más fugazmente jugaron Alberto Ferrero y Wilmar Etchechury. Y completaron el plantel Walter Taibo, Obdulio Aguirre, Luis Gutiérrez, Miguel Reznik, Milton Dias Carlos Pérez y Rubén Dávila. No puede faltar la mención al preparador físico, Alberto Langlade, un referente histórico en su especialidad. 

Todos ellos apuntalados por una Comisión Directiva encabezada por dos próceres, el presidente Gastón Guelfi y el secretario Washington Cataldi.

Todos fueron necesarios en una Libertadores extensa, dura, que obligó a viajar a Bolivia, Ecuador, Chile y Argentina, así como disputar cuatro clásicos. La campaña también constituyó una remontada, porque se perdieron los dos primeros partidos de la fase inicial y el primero de las semifinales. Después Peñarol fue sumando triunfo sobre triunfo hasta alcanzar la final con River. Se lograron tres triunfos clásicos tras la caída inicial, con dos 3-0 y un 1-0. Uno de ellos con tres goles de Pedro Rocha, en una de las actuaciones individuales más extraordinarias que se recuerden. Uno llegó por un remate de casi 40 metros, otro de penal y el último en una acción de antología. No existen videos pero sí varias fotos que permiten hacerse una idea de lo que fue: el salteño llegó al área eludiendo rivales y amagando el pase a Spencer que lo acompañaba, superó al arquero Jorge Paz, entró con la pelota al arco, recorrió el fondo de la red y luego la pateó al medio del campo para que el rival moviera.

La gloriosa historia no terminó allí. En octubre Peñarol se consagró campeón del mundo, venciendo al Real Madrid, 2 a 0 en Montevideo (dos de Spencer) y de nuevo 2 a 0 en el estadio Santiago Bernabéu (Rocha de penal y de nuevo Spencer). Esa noche no hubo dramatismo, ni sorpresas, simplemente la ejecución perfecta del plan ideado por Máspoli. Nunca el multicampeón europeo resultó tan minimizado como en 1966. El más grande del mundo era claramente Peñarol.

¡Reviví la inolvidable final de la Copa Libertadores de 1966! 

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